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sábado, 31 de diciembre de 2016
lunes, 19 de diciembre de 2016
Altamira
En 1859, en Altamira, un español llamado Marcelino de Sautuola, salió a inspeccionar una cueva de su finca. Estaba buscando huesos de animales y útiles de silex, así que creía que el lugar más propicio para hallarlos era el suelo de la cueva. Dos semanas más tarde, se llevó con él a su hija María de doce años. La chica merodeaba por la cueva con una linterna.
De repente, exclamó: ¡Papá! ¡Papá! ¡Fíjate en esos toros de colores!
El hombre se precipitó hacia el lado de la cueva en que se hallaba la muchacha mirando el techo. Estaba cubierto de maravillosas pinturas rupestres que representaban jabalíes, ciervos, caballos y bisontes. Se había pasado semanas mirando el suelo y no se había fijado en las creaciones artísticas que cubrían el techo de la cueva.
En un principio nadie creyó que se tratara de pinturas rupestres. Decían que el mismo don Marcelino las había hecho. Pasaron más de 30 años hasta que descubrieron en Francia más arte rupestre y entonces por fin todo el mundo le creyó. Lástima que para entonces, don Marcelino ya había muerto.
Terry Deary (adaptación libre)
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