"Uno debería ser siempre un poco improbable"
Oscar Wilde
Guy Debord, quien escribe el texto
que analizamos, fue un revolucionario, filósofo, escritor y cineasta
francés que nació en 1931 y murió en
1994. Su nombre completo era Guy Ernest Debord.
Debord se apoyaba en las teorías de
Karl Marx y entre los pensadores marxistas, Georg Lukács cuenta entre los que
más influenciaron a Debord para sus escritos teóricos.
Debord fue uno de los fundadores de
la Teoría Internacional Letrista (1952-1957) y de la Teoría Internacional
Situacionista, entre cuyos principales objetivos estaba el de acabar con la
sociedad de clases por ser un sistema opresivo y el de combatir el sistema
ideológico contemporáneo de la civilización occidental: la llamada dominación
capitalista.
La deriva es un concepto
principalmente propuesto por el situacionismo. En francés la palabra dérive significa tomar una caminata sin
objetivo específico. Guy Debord quería establecer una reflexión sobre las
formas de ver y experimentar la vida urbana dentro de la propuesta más amplia
de la psicogeografía. Esta última es también una propuesta principalmente del
situacionismo en la cual se pretende entender los efectos y las formas del
ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de las personas. Una
de las estrategias más conocidas de la psicogeografía, es la deriva. Con ella Guy
Debord plantea que en vez de ser prisioneros de una rutina diaria, hay que
seguir las emociones y mirar a las situaciones urbanas de una forma nueva
radical.
La deriva, según lo plantea Debord
en el texto que analizamos, es una “técnica de pasos ininterrumpidos a través
de ambientes diversos. El concepto de deriva está ligado indisolublemente al
reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica y a la afirmación de un
comportamiento lúdico-constructivo que la opone en todos los aspectos a las
nociones clásicas de viaje y paseo”.
“Entregarse a la deriva” se trata
de renunciar a la vida normal, para concentrarse en las solicitudes del
terreno, dejarse llevar. Debord evoca un caso de fracaso de deriva, o deambular
sin rumbo, en 1923, cuando un grupo de surrealistas partieron de una ciudad
elegida al azar. Él señala que “es evidente que vagar en campo raso es
deprimente y que las interrupciones del azar son allí más pobres que nunca”.
Se puede derivar en solitario, pero
Debord recomienda que se haga en grupos de dos o tres personas que compartan
más o menos el mismo estado de conciencia. Con más de cuatro o cinco
participantes, “el carácter propio de la deriva decae rápidamente”.
Yo por mi parte todas las noches
entro en una deriva profunda: todas las noches sueño. Deduzco que derivo en el
momento en que supuestamente nuestro descanso es más profundo y soñamos. Pero
creo que eso de que el descanso es profundo es relativo ya que, a veces siento
que por haber soñado tanto me despierto realmente cansada. Navego, vuelo con o sin
aparatos, camino, corro, etc. Recuerdo
perfectamente los lugares que visité, las personas que conocí, raras veces
tengo pesadillas, no obstante, cuando las tengo son terribles porque realmente
se mezclan con la realidad: no puedo respirar ni moverme y creo que moriré.
Recuerdo también que en mi adolescencia tuve una etapa en la que derivé en solitario: simplemente no quería ir a la escuela y me dejaba llevar en autobuses que iban en dirección contraria, conocía lugares nuevos, barrios o sitios naturales a los que nunca había ido. Era toda una experiencia debido a que generalmente me encerraba mucho y salía poco con mi familia, así que esto se convertía en mi conexión con el exterior, como observadora (pasiva y/o activa, según las circunstancias). Recuerdo que por experiencia descubrí que no podía aparentar ser una “turista”, por mi seguridad, ni demostrar estar perdida. Tampoco me permitía preguntar por zonas o ni siquiera por el lugar donde tomar el autobús de regreso a casa; me daba miedo dar a entender que estaba extraviada así que todos los problemas de direccionalidad los resolvía sola.
Recuerdo también que en mi adolescencia tuve una etapa en la que derivé en solitario: simplemente no quería ir a la escuela y me dejaba llevar en autobuses que iban en dirección contraria, conocía lugares nuevos, barrios o sitios naturales a los que nunca había ido. Era toda una experiencia debido a que generalmente me encerraba mucho y salía poco con mi familia, así que esto se convertía en mi conexión con el exterior, como observadora (pasiva y/o activa, según las circunstancias). Recuerdo que por experiencia descubrí que no podía aparentar ser una “turista”, por mi seguridad, ni demostrar estar perdida. Tampoco me permitía preguntar por zonas o ni siquiera por el lugar donde tomar el autobús de regreso a casa; me daba miedo dar a entender que estaba extraviada así que todos los problemas de direccionalidad los resolvía sola.
En mi vida nunca quiero perder el
control de nada, todo lo quiero tener excesivamente controlado: no tengo jefes,
me hago escuchar cuando se me invade mi espacio, me alejo de lo que siento que
me daña, me refugio en un mundo creado por mi y para mi: mi casa. Y a mi
trabajo con los niños le llamamos La Cuevita.
Son lugares en donde la seguridad reina y sé que no lo siento así yo sola, ya
que los que comparten el espacio conmigo insisten en que se sienten “felices y
seguros”. No controlo lo ajeno, respeto el espacio de los demás, pero el mío es
sencillamente mío. Entonces algo que me sorprende es que al ser obligada a ir a
la escuela y sentirme inconforme allí, prefería descubrir nuevos horizontes aún
sin tener el control de nada a mí alrededor, sólo de mis decisiones en torno al
recorrido geográfico. A veces me iba bien, pero otras veces corrí peligro, lo
cual no representó motivo alguno para frenar mi deriva, hasta que me cambiaron
de escuela, claro y me sentí feliz de seguir estudiando.
Debord señala que el espacio de la
deriva será más o menos vago o preciso dependiendo de que se busque el estudio
del territorio o emociones desconcertantes. También plantea que la extensión
máxima del espacio de la deriva no excede el conjunto de una gran ciudad y sus
afueras (yo llegué a salir de Caracas). La extensión mínima puede reducirse a
una unidad pequeña de ambiente: un barrio, o bien una manzana.
Sé que lógicamente mi intención no
fue ir a la deriva enmarcada en la teoría situacionista, yo sólo evadía mi
realidad conociendo otras existencias, en donde, si bien tenía poco control, me
sentía más libre y dueña de mi destino. En donde las circunstancias (lluvia, sol,
lejanía, terreno estable o inestable, etc.) me afectaban o facilitaban la aventura
pero la que tenía el timón era yo.
Irónicamente también se relacionaba
con mi renuencia a aceptar todo aquel sistema de opresión que imponía mi
escuela: confesiones y misas recurrentes, silencio, evaluaciones que
consideraba sin sentido, etc. Obvio que no había leído entonces a Marx ni conocía
a Debord, no obstante siempre estuve en contra de aquello que representara
alguna imposición.
Generalmente nos sentimos a la
deriva, difícilmente tenemos el control de todas las situaciones, sin embargo
es agradable que podamos descubrir nuestro entorno y reaccionar ante él bajo
nuestra propia directriz. Se trata de vivir nuestra vida, con todos sus
vaivenes y oscilaciones, autodirigidos,
simplemente dejándonos llevar, dejando de ser prisioneros de la rutina, descubriendo
los efectos y las formas del ambiente geográfico en nuestras emociones y comportamientos.
Evidentemente no todos pueden
lograr derivar de esta manera, por razones de subsistencia, muchos
considerarían esto una locura y pérdida de tiempo o, como diría mi mejor amiga:
“es no tener los pies bien puestos sobre la tierra”. Yo, aunque sea en las
vacaciones me dedico a derivar conscientemente, no totalmente con el sentido de
Debord, que bien se opone a las nociones clásicas de viaje y paseo (enfocándose más bien en un comportamiento lúdico-constructivo), pero si por disfrute.
BIBLIOGRAFÍA
http://www.ugr.es/~silvia/documentos%20colgados/IDEA/teoria%20de%20la%20deriva.pdf
http://es.wikipedia.org/wiki/Guy_Debord
Bello. =)
ResponderEliminarNo más que tú...
ResponderEliminarBesito.