sábado, 3 de mayo de 2014

TEORÍA DE LA DERIVA


"Uno debería ser siempre un poco improbable"
Oscar Wilde

Guy Debord, quien escribe el texto que analizamos, fue un revolucionario, filósofo, escritor y cineasta francés  que nació en 1931 y murió en 1994. Su nombre completo era Guy Ernest Debord.
Debord se apoyaba en las teorías de Karl Marx y entre los pensadores marxistas, Georg Lukács cuenta entre los que más influenciaron a Debord para sus escritos teóricos.
Debord fue uno de los fundadores de la Teoría Internacional Letrista (1952-1957) y de la Teoría Internacional Situacionista, entre cuyos principales objetivos estaba el de acabar con la sociedad de clases por ser un sistema opresivo y el de combatir el sistema ideológico contemporáneo de la civilización occidental: la llamada dominación capitalista.
La deriva es un concepto principalmente propuesto por el situacionismo. En francés la palabra dérive significa tomar una caminata sin objetivo específico. Guy Debord quería establecer una reflexión sobre las formas de ver y experimentar la vida urbana dentro de la propuesta más amplia de la psicogeografía. Esta última es también una propuesta principalmente del situacionismo en la cual se pretende entender los efectos y las formas del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de las personas. Una de las estrategias más conocidas de la psicogeografía, es la deriva. Con ella Guy Debord plantea que en vez de ser prisioneros de una rutina diaria, hay que seguir las emociones y mirar a las situaciones urbanas de una forma nueva radical.
La deriva, según lo plantea Debord en el texto que analizamos, es una “técnica de pasos ininterrumpidos a través de ambientes diversos. El concepto de deriva está ligado indisolublemente al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo que la opone en todos los aspectos a las nociones clásicas de viaje y paseo”.
“Entregarse a la deriva” se trata de renunciar a la vida normal, para concentrarse en las solicitudes del terreno, dejarse llevar. Debord evoca un caso de fracaso de deriva, o deambular sin rumbo, en 1923, cuando un grupo de surrealistas partieron de una ciudad elegida al azar. Él señala que “es evidente que vagar en campo raso es deprimente y que las interrupciones del azar son allí más pobres que nunca”.
Se puede derivar en solitario, pero Debord recomienda que se haga en grupos de dos o tres personas que compartan más o menos el mismo estado de conciencia. Con más de cuatro o cinco participantes, “el carácter propio de la deriva decae rápidamente”.
Yo por mi parte todas las noches entro en una deriva profunda: todas las noches sueño. Deduzco que derivo en el momento en que supuestamente nuestro descanso es más profundo y soñamos. Pero creo que eso de que el descanso es profundo es relativo ya que, a veces siento que por haber soñado tanto me despierto realmente cansada. Navego, vuelo con o sin aparatos, camino, corro, etc.  Recuerdo perfectamente los lugares que visité, las personas que conocí, raras veces tengo pesadillas, no obstante, cuando las tengo son terribles porque realmente se mezclan con la realidad: no puedo respirar ni moverme y creo que moriré.
Recuerdo también que en mi adolescencia tuve una etapa en la que derivé en solitario: simplemente no quería ir a la escuela y me dejaba llevar en autobuses que iban en dirección contraria, conocía lugares nuevos, barrios o sitios naturales a los que nunca había ido. Era toda una experiencia debido a que generalmente me encerraba mucho y salía poco con mi familia, así que esto se convertía en mi conexión con el exterior, como observadora (pasiva y/o activa, según las circunstancias). Recuerdo que por experiencia descubrí que no podía aparentar ser una “turista”, por mi seguridad, ni demostrar estar perdida. Tampoco me permitía preguntar por zonas o ni siquiera por el lugar donde tomar el autobús de regreso a casa; me daba miedo dar a entender que estaba extraviada así que todos los problemas de direccionalidad los resolvía sola.
En mi vida nunca quiero perder el control de nada, todo lo quiero tener excesivamente controlado: no tengo jefes, me hago escuchar cuando se me invade mi espacio, me alejo de lo que siento que me daña, me refugio en un mundo creado por mi y para mi: mi casa. Y a mi trabajo con los niños le llamamos La Cuevita. Son lugares en donde la seguridad reina y sé que no lo siento así yo sola, ya que los que comparten el espacio conmigo insisten en que se sienten “felices y seguros”. No controlo lo ajeno, respeto el espacio de los demás, pero el mío es sencillamente mío. Entonces algo que me sorprende es que al ser obligada a ir a la escuela y sentirme inconforme allí, prefería descubrir nuevos horizontes aún sin tener el control de nada a mí alrededor, sólo de mis decisiones en torno al recorrido geográfico. A veces me iba bien, pero otras veces corrí peligro, lo cual no representó motivo alguno para frenar mi deriva, hasta que me cambiaron de escuela, claro y me sentí feliz de seguir estudiando.
Debord señala que el espacio de la deriva será más o menos vago o preciso dependiendo de que se busque el estudio del territorio o emociones desconcertantes. También plantea que la extensión máxima del espacio de la deriva no excede el conjunto de una gran ciudad y sus afueras (yo llegué a salir de Caracas). La extensión mínima puede reducirse a una unidad pequeña de ambiente: un barrio, o bien una manzana.
Sé que lógicamente mi intención no fue ir a la deriva enmarcada en la teoría situacionista, yo sólo evadía mi realidad conociendo otras existencias, en donde, si bien tenía poco control, me sentía más libre y dueña de mi destino. En donde las circunstancias (lluvia, sol, lejanía, terreno estable o inestable, etc.) me afectaban o facilitaban la aventura pero la que tenía el timón era yo.
Irónicamente también se relacionaba con mi renuencia a aceptar todo aquel sistema de opresión que imponía mi escuela: confesiones y misas recurrentes, silencio, evaluaciones que consideraba sin sentido, etc. Obvio que no había leído entonces a Marx ni conocía a Debord, no obstante siempre estuve en contra de aquello que representara alguna imposición.
Generalmente nos sentimos a la deriva, difícilmente tenemos el control de todas las situaciones, sin embargo es agradable que podamos descubrir nuestro entorno y reaccionar ante él bajo nuestra propia directriz. Se trata de vivir nuestra vida, con todos sus vaivenes y oscilaciones,  autodirigidos, simplemente dejándonos llevar, dejando de ser prisioneros de la rutina, descubriendo los efectos y las formas del ambiente geográfico en nuestras emociones y comportamientos.
Evidentemente no todos pueden lograr derivar de esta manera, por razones de subsistencia, muchos considerarían esto una locura y pérdida de tiempo o, como diría mi mejor amiga: “es no tener los pies bien puestos sobre la tierra”. Yo, aunque sea en las vacaciones me dedico a derivar conscientemente, no totalmente con el sentido de Debord, que bien se opone a las nociones clásicas de viaje y paseo (enfocándose más bien en un comportamiento lúdico-constructivo), pero si por disfrute.




BIBLIOGRAFÍA

http://www.ugr.es/~silvia/documentos%20colgados/IDEA/teoria%20de%20la%20deriva.pdf

http://es.wikipedia.org/wiki/Guy_Debord

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